Génesis del idealismo alemán: Fichte y la dialéctica del yo

A comienzos del siglo XIX, surge en el norte de Europa, concretamente en Alemania, la mayor concentración de conocimiento, arte y filosofía desde el mundo antiguo. La filosofía de Kant ha acabado por desbordar el mundo académico, generando una revolución sin precedentes. «El alemán es la lengua de la filosofía» como diría un Heidegger. Frase que si aún 40 lustros después de Kant sigue teniendo vigencia (no porque sea verdad, lo cual no comparto, sino porque la influencia de los pensadores alemanes es abismal) es debido al inmenso legado de esta época. Los alemanes se ponen a trabajar, y tras las 3 grandes críticas de Kant surgen en Alemania multitud de pensamientos y reacciones. Es irónico, porque si bien la obra de Kant pretendía ser un organon sólido e inamovible, surgen de él multitud de escisiones que acaban formando filosofías totalmente opuestas al planteamiento original kantiano. Será en Jena, centro cultural alemán de la época, donde surgirá el Idealismo alemán de Fichte, Schelling y Hegel. En este ensayo, acudiremos a observar el por qué del nacimiento de una tradición puramente metafísica justo tras haber Kant refutado cualquier posibilidad del conocimiento de esta índole, y pasaremos a analizar el pensamiento fundamental de Fichte.

Como ya hemos repetido hasta la saciedad, el conocimiento, en Kant, es indisociable de la experiencia y el entendimiento. En la Crítica de la razón pura el autor llega a una conclusión inevitable, a saber, la existencia de los noúmenos. Estos noúmenos son prácticamente anticipados desde el principio, pero toman especial forma en la Estética. Toda la revolución de la filosofía kantiana consiste en el famoso giro copernicano, ese cambio de enfoque en el que se toma la realidad como la materia que impacta al sujeto, haciendo que este la de forma. Bajo esta premisa se deduce que todo lo que el ser humano denomina “realidad” es, en definitiva, “su realidad”, constituyendo el Idealismo trascendental. Ahora bien, si la realidad es un producto del individuo, una materia que el filtro de los sentidos, las intuiciones puras, y las reglas categóricas forman, ha de existir, como bien asume Kant, una “realidad en sí” fuera del sujeto, que provoca una afección en nosotros. He aquí el nacimiento de la controversia. Los filósofos de la época veían esta observación como algo incompleto, y por si fuera poco, algo absurdo. La verdad es que no fue hasta que tope con el Idealismo alemán que pude reflexionar sobre esta opinión. Desde mi perspectiva era correcta la opinión de Kant, estaba claro que todo lo que es real para mi esta adecuado hacia mis sentidos, y que por ello debe existir una realidad fuera de mis condicionamientos sensoriales. Supongo que gran parte de la lucha contra el noúmeno kantiano es por la falta de entendimiento del propósito de Kant. Sus coetáneos veían en esta posición un escepticismo enmascarado, y en cierto modo con razón. Si se acabó por reducir al absurdo este esquema es porque supondría que lo que conocemos no es la realidad como tal, sino una realidad a medias, lo cual, ¿cabe ser designado a caso como conocimiento? Este es el quid de la cuestión. Yo sigo con Kant, realmente los pensadores alemanes de la época, acostumbrados al modelo leibniziano-wolffiano, y con ansias de abarcarlo todo, como siempre, se negaban a asumir esto como un hecho. La cosa en sí hacía del sujeto un simple títere, incapaz de conocer la realidad y obligado a ser impactado por la misma. Nace una revuelta académica con esta condena, los sucesores de Kant se ven obligados a arrancar de la filosofía al noúmeno. Pero, ¿qué conlleva suprimir la realidad en sí? Conlleva la necesidad de un absoluto, esto es, un principio que asegure y del cual derive todo el conocimiento. He aquí la génesis del Idealismo alemán.

El sujeto pasa a ser, en Fichte, este nuevo absoluto, lo que él denomina como el “Yo puro”. La filosofía de el joven prometedor Fichte se incuba en el seno de gran cantidad de críticos como Herder, Jacobi o Reinhold, que ya atacaban directamente al planteamiento de Kant.

Entre estas críticas se encontraba una angustiosa realidad, narrada por Schulze: O se volvía al escepticismo, asumiendo que no se puede conocer la realidad como tal, o se volvía al dogmatismo, poniendo al conocimiento fuera de la experiencia. Fichte no se resignó ante este alarmismo, y pretendió reconstruir la filosofía iniciada por Kant a partir del sujeto, abatiendo la cosa en sí: “La idea de una cosa que posea en sí misma la existencia independiente de toda facultad de representación…es una fantasía, un sueño, un no pensamiento”. Si bien algo impacta de lleno en Fichte es la Crítica de la razón práctica, obra en la que Kant presenta un nuevo tipo de razón en el que lo que prima es la actividad. Esta actividad produce hechos que, recordemos, dan como frutos postulados como el factum de la razón de Kant. La filosofía de Fichte no es más que un intento de salvar la razón teórica a través de su reducción a la práctica, tal y como Kant hace con las ideas trascendentales.

Es en la libertad, demostrada por Kant, donde Fichte encuentra su punto de apoyo para poder mover el mundo, crear su sistema: “Mi sistema no es otra cosa del comienzo al fin que un análisis del concepto de libertad”. Fichte distingue claramente que, en la filosofía, sólo hay dos opciones, las cuales corresponden a dos tipos de hombres. Estas opciones son el dogmatismo (entendiéndolo como lo entendía Fichte, no en términos generales) y el Idealismo, esto es, una filosofía del sujeto en sí, o de la conciencia (del sujeto como absoluto). Según el primero la realidad como representación es un producto del noúmeno, y según el segundo del sujeto, cosa que en Kant era compensado por los dos. El filósofo argumenta que escoger uno u otro sistema depende enteramente del tipo de persona que se es, asumiendo que el dogmatismo es propio de aquellos hombres de espíritu esclavo (a las cosas en sí) y el segundo de fuertes adoradores de la libertad. Está clara la apuesta de Fichte, el cual, partirá desde el sujeto para formar lo que denominará Doctrina de la Ciencia.

El sujeto es en Fichte conciencia, la cual no es simplemente un hecho (tatsache), sino a la vez acto (handlung), lo que Ernesto Castro denominará en forma de neologismo como “hechacto” (Tathandlung). Como ya hemos dicho, la razón teórica se engloba dentro de la práctica, y es por medio de este principio que se pueden ver las razones de dicha afirmación. Todo lo que Fichte denomina como “yo” no debe entenderse como sustancia, sino como pura actividad, realización. De esta forma se ve que todo aquello ajeno a la conciencia es absurdo, porque lo verdaderamente real es lo pensado, la conciencia teniendo conciencia, siendo acción. “Señores, piensen en la pared. Ahora piensen en quien ha pensado en la pared” A partir de este ejemplo que el propio Fichte pone en sus clases, se puede entender mejor lo que Fichte entiende por yo. En esa realidad, en esa pared. ¿Cúal es el principio indispensable? El sujeto, pues él es lo absoluto. Fichte no dice que sin sujeto no habría pared, no. Fichte argumenta que lo que realmente se puede definir como real es aquello de lo que se tiene conciencia, porque si no se tiene conciencia de nada su realidad es algo impensable, y lo impensable no puede tener ningún tipo de validez. Al final, al eliminar la cosa en sí, pero mantener el esquema kantiano según el cual el sujeto forma la realidad, se llega a la conclusión de que el sujeto produce como tal la realidad, tomando por realidad el sentido que le acabamos de dar, como aquello unido a la conciencia.

La palabra Dialéctica comienza a tener gran repercusión a partir de Hegel, pero es en Kant donde está su raíz, y en Fichte su germen. Es en las antinomias de Kant donde, al presentar la oposición entre dos tesis válidas, aparece la posibilidad de superar tal contradicción, resultando de tal forma una síntesis que las haga posibles. El primer ejemplo de resolución dialéctica lo anticipa Kant en la Crítica de la Razón pura, pero es en la práctica donde resolverá la antinomia de la libertad, analizada en el ensayo Kant, la libertad y el sentido de la moral. Recordemos que es precisamente la Crítica de la razón práctica la que tanto entusiasmó a Fichte, haciendo de ella el punto de partida de toda su filosofía. Es a través de la estela de Kant que Fichte formulará “La dialéctica del yo”, cuyo objetivo consiste en el intento por parte de Fichte de demostrar de forma rigurosa la sostenibilidad de su sistema, argumentar y comprobar la posibilidad del yo como un absoluto.

El primer principio se basa en la categoría de la afirmación: A=A. En Kant esta proposición tendría validez por sí misma por el simple hecho de ser una categoría del entendimiento. En Fichte, el enunciado A=A es la expresión de un sujeto que es a la vez predicado. Si A es, A es. Lo que pocos advierten en esta tautológica afirmación, según Fichte, es la misteriosa relación que es capaz de unir al sujeto con el predicado, la cual designará como el yo. El fundamento de una relación tan aparentemente sencilla como esta afirmación, es que A es puesto en el yo por el propio yo. En pocas palabras, donde parece haber diferencia, hay unidad, el yo, la raíz común de sujeto y predicado. Lo que viene a significar que todo es producto del sujeto, lo cual obliga directamente que para que algo sea, es decir, exista, haga de predicado, A sea A, debe A ser puesto en el yo por el yo, debe ser objeto de la conciencia. Por ello, el principio A=A depende directamente de que yo sea yo, de mi conciencia, o la “conciencia”. Esta es la engorrosa forma que tiene Fichte de argumentar su primera tesis, la cual tiene como objetivo principal la demostración del yo como absoluto, pero no solo eso, sino la deducción de la categoría de la afirmación, lo cual, a pesar de su poca vehemencia, tiene mérito. Así, se puede observar que la tarea de Fichte realmente no es deducir los fundamentos de la Doctrina de la Ciencia por medio de la lógica, sino amparar la mismísima lógica por medio de sus postulados. De esta forma, como ya hemos dicho, la autoposición del yo corresponde a la demostración del principio de identidad A=A, correspondiente a la categoría de realidad. Este “yo soy yo”, corresponde, según Fichte, a la mera actividad del sujeto, a la conciencia. El sujeto se pone así mismo en tanto a que tiene conciencia, actividad.

Como segundo momento de la dialéctica, aparece el concepto del no-yo. Como es lógico, siguiendo lo explicado con anterioridad, en este apartado pretenderá Fichte deducir el principio de negación, es decir no-A no es A. He aquí la antítesis que vendrá a poner patas arriba toda la primera tesis, y que más adelante Fichte deberá resolver. El segundo principio reza: “al yo es opuesto absolutamente un no-yo”. Si no se explicase esto, se caería fácilmente en la pretensión de opinar que para Fichte la vida es un sueño y no existe nada fuera del sujeto, lo cual es ridículo. Pero es en este punto en el que se entiende que Fichte asume la realidad exterior con independencia del sujeto, ahora veremos de qué modo. En cuanto a que el yo se refleja en el objeto de la conciencia, como la pared (nuestra primera tesis), ha de corresponder a la pared a su vez una realidad distinta a la del sujeto, un no-yo. La pared es puesta por el yo, en tanto que es pensada por él y por ello puesta por él, lo cual supone que, siguiendo el principio identidad, la pared, en cuanto a pensada, es el mismísimo yo, pero, la pared, en cuanto a opuesta, es el no-yo. Esto, que a más de uno habrá dejado desconcertado, es el origen de la dialéctica del yo. Es como si Fichte demostrara en la primera tesis que el objeto de la conciencia del sujeto ha de ser el mismo sujeto, pero en la segunda pareciera argumentar algo totalmente contradictorio con lo anterior, a saber, que la pared -que es objeto y como tal se obyecta- en cuanto a opuesta al yo, no es el yo. ¿Cómo se resuelve esta contradicción?

Por último, el tercer momento de la dialéctica. Es aquí donde se superará por fin esta angustiosa contienda. La contradicción es clara, Si existe un no-yo que se opone al yo, éste se opone a él de forma absoluta, es decir, negando el absoluto del yo. Por ello nace aquí el tercer principio de la lógica, el principio de razón suficiente o de limitación. Aquel lector perspicaz, habrá podido observar que no solo las tesis se contradicen y se superan, sino los propios principios lógicos que se deducen a partir de ellas. De esta forma, el A=A se opone al No-A no es = A, como la primera y la segunda tesis se oponen, y, así, la tercera tesis reconcilia las anteriores, como el principio de limitación corresponde el término medio entre la afirmación y la negación. Esta viene a ser la síntesis. En vez de oponerse yo y no-yo de forma absoluta, estos se limitan, lo cual quiere decir que “cada uno suprime una parte de la realidad del otro”. El yo y el no yo cercan la realidad, de tal forma que cada uno se queda con su porción. Así aparece lo que Fichte denomina “no-yo divisible” y “yo divisible” (limitados). Esto parece violar el principal objetivo de Fichte, demostrar la existencia del yo como absoluto, y así es, pues al reducir su porción de la realidad deja de ser algo incondicionado. Es aquí Fichte cuando distingue al yo en el Yo puro (principio absoluto) y el yo empírico (divisible o limitado). Aún cuando esto parezca mera palabrería, sofismas y un sin sentido, realmente resulta ser una conclusión harto interesante. Finalmente Fichte acaba por llamar a la conciencia del hombre individual (como la tuya o la mía) “yo empírico”, un yo finito que debe enfrentarse a la realidad que se opone a él. Por otro lado, el no-yo corresponde, como es evidente, a la naturaleza y el mundo, aquello que no posee conciencia. Y, por último, el Yo puro o absoluto al que no se le opone el no-yo, siendo este, la mera actividad, y por ello no sustancia, de la conciencia, es decir, la reflexión. En resumidas cuentas, la actividad y el propio hecho del yo es el pensamiento, en el que encontramos tanto al no-yo, objeto del pensamiento, como al yo, en cuanto a que es reflejado en el propio pensamiento del objeto como oposición al mismo. Así, el objeto del pensamiento es puesto por el yo, en cuanto a que su realidad es posible por la conciencia de él mismo, pero a su vez este no es lo mismo que el yo. Ese yo que designábamos como actividad pura, es el Yo puro. El yo limitado, por su parte, corresponde a la identidad del sujeto, la conciencia de cada uno de nosotros. He aquí la dialéctica del yo.

Desde mi punto de vista, el Yo puro, al ser la actividad, es la suma de toda la realidad pensada. En esta realidad de lo pensado encontramos siempre objetos y una identidad, el yo limitado o empírico. Me atrevo a resolver la cuestión con la siguiente interpretación matemática:

Yo puro=No-yo +yo

De esta forma, si sustraemos de la actividad al yo empírico, lo que yo denomino identidad, lo único que queda en la conciencia es el objeto. Viceversa, si eliminamos el objeto del pensamiento, el resultado es la mera identidad. Dichas operaciones son totalmente carentes de sentido, pues no se puede pensar en nada, y no se puede pensar sin identidad, pero, a mi parecer, pudiendo pecar de una grave mala interpretación, sirven a modo de entender que, en Fichte, la realidad es aquello que se circunscribe al pensamiento, el cual está formado por identidad y objeto.

Siento que llegar hasta aquí, queridos tertulianos, haya sido un camino empedrado y harto difícil. Ese fue precisamente el motivo de mi espontánea admiración al Idealismo alemán, el no tener ni la remota idea de lo que aquellos pensadores querían decir. Los alemanes pecan de abarrotar su filosofía con un complicado lenguaje y una retórica que parece buscar la incomprensión, como si en ella residiese el lujo del prestigio. De todas formas, más fácil era hablar de identidad y objeto desde el principio, pero a fin de cuentas tal exposición no deja de ser una interpretación personal sobre la filosofía de Fichte. Por lo cual, he preferido exponer su dialéctica al uso tradicional, pecando, no lo dudo, de haber cometido aún así numerosos errores de explicación.

Si bien es verdad que se puede dudar de la certeza de las afirmaciones de Fichte, se debe reconocer que en su filosofía se haya un proceder de alta calidad, como es el caso de la deducción de la lógica por medio de su dialéctica. Pero no sólo eso, la triada de Fichte, Yo, no-Yo y yo limitado, se perseverará durante todo el desarrollo de su filosofía, especialmente en la práctica, en la que entenderá la ética como principio de la libertad al que se le opone la moralidad, principio del deber. De nuevo, aquí surgirá una contradicción evidente en la que el deber negará a la libertad, siendo superada en este caso por el derecho, es decir, la política. Pero el esteticismo no es sinónimo de verdad y lógica, y esto hace que la crítica a Fichte sea obligada.

La argumentación de Fichte no deja de descansar en bases metafísicas, lo cual hace evidente su punto débil. La eliminación del noúmeno kantiano es la eliminación de la realidad fuera de sí, pero en Fichte se mantiene la existencia de los objetos, ¿qué sentido tiene esto? Como ya hemos dicho, es crucial entender que para Fichte la realidad es aquello que es pensado por la actividad pura, la conciencia. Pero entiendo sin ninguna duda a aquel lector que se mantenga echándose las manos a la cabeza, advirtiendo de que tal resolución consiste en un simple cambio de variable, dejando aún viva la incógnita. Que para Fichte la realidad tenga ese sentido no quita que deban existir objetos fuera de la conciencia, de la actividad, objetos que posean una realidad en sí, lo cual supone volver a admitir la idea de noúmeno.

Ante estas discrepancias, la única forma que tengo de entender a Fichte, es pensar que él concibe los objetos como una realidad dinámica, en movimiento, es decir, una realidad que se crea por la mera conciencia. Entiéndase bien cuando digo esto, pues no asumo que la realidad sea un sueño del sujeto, sino que la realidad, como tal, es un producto de la actividad, es decir, es el hecho de tener conciencia de las cosas lo que crea las cosas. Véase aquí también las raíces de una de las tesis fundamentales de Hegel, en la que es el esclavo el que mediante su trabajo crea la cultura, y, más allá, de Marx, en el que la actividad, entendida como producción, es la que modifica la realidad y sus condiciones. Desde una perspectiva actual, harto materialista, el chorreante idealismo de Fichte hace que veamos su filosofía como superflua. No dudo de que no falten razones para ello, pero toda filosofía contiene un contexto. Es por eso que, aunque nos parezca absurdo admitir estas afirmaciones, la filosofía del idealista alemán contiene una cantidad enorme de ideas interesantes y lógicas. En mi opinión, un filósofo no es grande tan solo por sus aciertos, sino por el legado de aquellas propuestas que no acabaron por encajar de una determinada forma. Volviendo a Marx, uno de los grandes hitos del marxismo es saber reconocer en la filosofía alemana, concretamente la hegeliana, sus elementos básicos y lograr reducirlos al plano material. De tal modo que el marxismo no deja de ser la reducción de Hegel del plano metafísico al plano materialista. Pero la influencia de Fichte no acaba aquí, se puede incluso llegar a ver una clara relación entre la dialéctica del yo fichteana con el modelo psíquico del psicoanálisis de Freud, en el que separa la actividad de la conciencia en 3 miembros, siendo estos el ello, el yo y el superyó. Pues, si ahondamos en la cuestión, el superyó no deja de ser la representación del marco moral, aquello que en Fichte se opone a la libertad del sujeto, lo que Freud denomina como ello, el inconsciente rincón de nuestra psicología que busca la satisfacción de los deseos. Y, por último, el yo, aquél encargado de mediar entre el ello y el superyó, que es, en Fichte, el derecho.

TeoriaPrácticaFreud
Yo puroLibertadEllo
No-yoMoralsuperyó
yo limitadoDerechoyo

Fichte es un pensador marginal, al que prácticamente ni se le estudia ni se le tiene en cuenta. De hecho, por las ansias de cuadrar todo en el marco de la filosofía hegeliana, se acabó por definir su idealismo como idealismo subjetivo, que junto al de Schelling, el idealismo objetivo, se formaba una contradicción que acaba por ser superada por el “grandioso” idealismo absoluto de Hegel. Tonterías. El idealismo de Fichte es tan absoluto como el de Hegel, y el único sentido de esta denominación es, de nuevo, el esteticismo. Fichte es también más que la dialéctica del yo. El principio básico de su filosofía es la primacía de la actividad, construyendo de este modo una interesantísima filosofía del derecho y la moral que sería interesante tratar en otro ensayo. Su comprensión es vital para entender la revuelta contra la filosofía kantiana de la época, revuelta que acabará con el famoso zurück zu Kant! que pondrá fin al último gran periodo de la historia de la filosofía, el periodo de los grandes sistemas, donde la ambición y las ansias de abarcarlo todo suponían la razón de sus obras.

Notas y bibliografía:

Eusebi Colomer, El pensamiento alemán de Kant a Heidegger. Tomo II: El Idealismo: Fichte, Schelling y Hegel.

Rubén Cespédes, Fichte y la dialéctica del yo. Entre Kant y la crítica hegeliana.

Ernesto Castro, J.G Fichte, Historia de la filosofía.

Justus Hartnack, Del Empirismo radical al Idealismo absoluto.

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