Esencia y misión del arte

¿Sobre qué escribe un alma conforme? En un momento de indiferencia, la duda no paró de molestarme. Pensé en todo el supuesto arte que nos rodea, y fue inevitable preguntarme por su esencia. Evidentemente, una cuestión así -me decía- no puede ser resuelta sin saber lo que realmente entendemos por “conformidad”, pero ante tal respuesta, una nube de pesadez acabó por atormentar mi corazón, aburrido de tanta filosofía y búsqueda de la verdad absoluta. Al final un buen ensayo, que no tratado, calma más el alma de lo que la razón intriga. Es por eso que me dispongo a encarar el tema de este texto desde la máxima humildad, sin pretender en ningún momento sostener que mis palabras se defiendan por argumentos de gran dureza. Simplemente, pretendo desde el placer de la escritura, y el disfrute de su lectura, que tanto busco, llevar a cabo una conversación amena, en la que debatir sobre la esencia del arte. Un arte que es exclusivamente sentimental.

Como ya adelanté en otra parte, puede que sea yo el extraño pesimista que disfruta más de los dramas que de los finales felices, seguramente, pero en cierto modo no puedo evitar pensar que la propia esencia del arte es contraria a la paz. Imagínense una obra que tratase de la entrañable vida de un personaje, marcando sus rutinas, sus dichas, y una constante expresión facial . Disculpenme si no es un sentimiento mutuo, pero poco tardaría en dejar de escuchar su melodía, de leer sus páginas, y menos aún de contemplar su lienzo. Muchos podrán decir que lo que narro es absolutamente falso, y que tras un día de ajetreo lo que más necesita su ánimo es una buena dosis de tranquilidad y sosiego. Y cierto es, yo mismo he podido experimentar la serenidad que puede transmitir el arte conforme, pero lo que no se puede negar es que existe entre este y su contrario una diferencia abismal: la necesidad.

Cuando uno dice ser «simplemente feliz”, parece ser que la causa de su propia felicidad ya es suficiente para lograr su bienestar, está en acuerdo con su vida. Aunque a ese corazón le faltasen vítores y trompetas, no las echará ni de lejos de menos. El arte conforme es un simple placebo, un tierno acompañante que solo sirve para complementar la apatía de un hombre con el espíritu indiferente. Está muy bien, sí, pero no es necesario. Es aquí donde entra nuestro protagonista: el arte inconforme. Podemos llegar a un grave malentendido, queridos tertulianos, si no sentamos las bases de lo que quiero decir con esta expresión. El arte conforme, es aquél que simplemente carece de ambición y de entierros, se dedica a la mera contemplación de su suerte; es un arte sin ambición ni mensaje, en el que no se encuentra ninguna nota fuera de la partitura, pues él es la paz misma. La inconformidad es, por otro lado, la incapacidad del ser humano por aceptar lo inaceptable. El arte inconforme es el que narra desventuras, sueños, entusiasmos, pasiones, toda clase de sentimientos encontrados. Y es precisamente lo que hoy vengo aquí a defender, que la esencialidad del arte reside en este requisito. Si he elegido el sol naciente de Monet para acompañar a este texto, es porque aunque se pueda tender a pensar que esa obra es el claro ejemplo de arte conforme, su belleza es fruto del fuerte sentimiento de nostalgia que rebosa en el cuadro, sentimiento que no se puede comprender sin el añoro, sin el deseo de otros tiempos. La belleza, en definitiva, no le puede resultar a una persona indiferente, ni puede dejarle conforme, tiene que despertar siempre en él sentimientos profundos.

Igual que he dicho que estando sereno y conforme con la vida, he podido vivir mi suerte sin la compañía del arte, diré también que infinidad de veces, en el borde de la muerte, me he encontrado añorando con deseo el cariño de una simple canción. He aquí la necesidad. La magia del artista es su capacidad de universalizar un sentimiento común, y la del arte la labor de comprendernos. ¿Cuantas veces, amigos míos, ahogados en la profundidad de los océanos más oscuros, ningún brazo amigo ha sido capaz de socorrernos, pero la simple melodía de un cantar nos ha abrazado? Muchos creen que cuando se está triste uno debe hacer el esfuerzo de autoconvencerse de que no lo está, igual que la tortuga que se esconde en su caparazón con tal de no enfrentarse a la realidad. No puede molestarme más esta actitud. La tragedia es la única oportunidad que tenemos de conocernos realmente a nosotros mismos, porque cuando las cosas resultan normales estamos presos de un condicionamiento inevitable: la conformidad. En el momento en el que no se tiene lo que se quiere, en el que la desgracia llama a nuestra puerta, es en esas situaciones límite en el que el dolor acaba por arrancar cualquier resquicio de paz, en las que uno se mira en el espejo y descubre que no se conocía en absoluto, esta vez viendo su verdadero rostro, sin la máscara que un día le protegía.

Partimos de la siguiente base: El ser humano está anclado a la vida, y la vida, por muy bonita que sea a veces, contiene dentro de sí innumerables sufrimientos, desdichas, dudas y angustias. Ante esta situación, todo ser humano lucha en contra de su fatal destino, tiene como objetivo la felicidad. ¿Cómo se lidia contra el dolor? Con la comprensión. Tan inútil es para la tortuga esconderse y asegurarse la vida durante un corto periodo de tiempo en su interior, que para el hombre que sufre una pena remediarla escuchando música “alegre”. No sirve de nada. De hecho, lo último que quiere es eso, siente desde su vacío asco hacia la felicidad de lo exterior. No por egoísmo, pues nada tiene que ver, ya que puede que el tormento que se posa sobre él sea causa de las innumerables injusticias que azotan el mundo, rechazando entonces, con razón, los ritmos felices de quienes no comparten su sensibilidad. Y en verdad, es un acto natural. Pues, el individuo busca en su desgracia permanentemente la comprensión. Como cuenta nuestro Larra, al que tan aprecio le tengo: “Las teorías, las doctrinas, los sistemas se explican; los sentimientos se sienten”. El problema de la tristeza, de la angustia, del dolor; es que no son ideas que razonar, o discursos que argumentar. Los sentimientos son, en última instancia, el rebosar de nuestro corazón en un mundo irracional. Y si bien la razón los puede en cierto modo amedrentar, como hace la psicología por ejemplo, en mi experiencia personal, nada me ha quedado más claro que tenemos el arte para no morir de la verdad.

Amanece aquí la comprensión que todos merecemos. El llanto de doña Inés no es más que la traición hecha en versos, hecha arte. Y la muerte del descarado segundo Don Juan de Espronceda es la pura venganza de un alma desolada por el desamor. Quién pretenda que los versos de un poema solucionen sus problemas aquí presentes, dejará de manifiesto que no comprende la misión del arte. Lo que quiero explicar, desde mi punto de vista, es que los sentimientos nos son algo tan propios que cuando no son de nuestro agrado, cuando penetran en lo más profundo de nuestra alma, necesitamos sentir que no estamos solos, porque la soledad es el veneno más mortal del ser humano. Es entonces cuando descubrimos que alguien más siente y ha sentido lo que nosotros. Alguien más ha sufrido la pérdida de su padre, de un ser querido, la desdicha del desamor o una inutil baja autoestima. Pero cuando tú, sumergido en tu penumbra, acabas sintiendo el ahogo de tus desgracias, descubres entre las tinieblas de la historia que alguien como tú supo plasmar en un papel lo que tu sientes como incomprensible, alguien que supo cantar y darle una melodía a tu tristeza, pintarla en un cuadro. Y, como digo, sufrir su arte no cambiará nunca tu condena, pero en su obra encontrarás reflejado tu propio ser, y en esa comprensión tu alivio, el fin de tu soledad. El propio genio, al crear, simplemente está dando rienda suelta a su verdad. El artista se escucha y se comprende a sí mismo mediante la obra de arte, y por ello no puede dejar de hacerlo. Siempre diré, por esto y por mucho más, que la mejor terapia que puede hacer un hombre es enfrentarse al duelo que le estima su boli y su papel, su lienzo, o cualquiera que sea el arte que lo mantiene vivo.

Pero el arte inconforme no es sólo abatimiento. En su otro extremo encontramos el éxito, teñido de pasión, vistiendo ropas cálidas, poniendo en el cielo su límite, desterrando del mundo al derrotado dolor. Este tipo de inconformismo, es igual que el anterior, porque juegan en él la nostalgia, melancolía, el furor; pero esta vez en forma de sonrisa, no, que digo, en forma de exaltación. Cuando las cosas van bien, cuando el amor llama a la puerta, cuando el tiempo y la vida parecen ponerse en nuestra favor, ¡oh querida sensación! Hablo aquí de una verdadera felicidad, de aquella que solo dura unas pocas horas, minutos, o incluso segundos. Esa felicidad tan breve como un pestañeo, pero tan profunda como el mismísimo abismo. No hablo aquí de esa felicidad con la que empezábamos el ensayo, de esa felicidad conforme. Aquí presentamos el verdadero júbilo, el despegar de un beso, el calor de un abrazo, el fuego de unos ojos radiantes. Esa felicidad, verdadera felicidad, a pesar de esconder un final trágico (su brevedad), es también propia de la esencia del arte. Por eso se resuelve aquí la duda con la que empezábamos a escribir. No es que yo, en la soledad del metro, sintiese que no tenía nada de lo que escribir porque «era feliz», es que no quería enfrentarme a la realidad del momento: Mi simple conformidad. Me encontraba abatido, contemplativo, sin ninguna pasión y ningún tormento. ¿Es eso ser feliz? Evidentemente no. No se puede estar, como decíamos al principio, «simplemente feliz», porque cometemos el delito de llamar a las cosas por otro nombre. Esa simple sensación se llama indiferencia. El genio, como ya adelantamos, es empujado hacia el estudio por dos razones: O bien porque se muere, y el dolor lo mata; o bien porque su alma no cabe dentro de sí, y la explosión de su pasión le obliga a fugar su inmensurable corazón. El arte inconforme es, en definitiva, explosión, socorro en la tormenta, claridad en el resplandor.

Finalmente, y para ir ya terminando, que luego son muchas las quejas de mi mala costumbre de alargar mis ensayos, habrá advertido con facilidad, estimado lector, cuál es en mi opinión la esencia del arte, es decir, su razón de ser y el motivo que hace de sí mismo causa y efecto. La esencia del arte es curiosamente la mismísima esencia del ser humano, aquello que en un principio nos diferenció del reino animal: La comunicación. Mientras escribía estas líneas, un cúmulo de ideas hacían tambalear mis débiles intuiciones, pues me estaba dando cuenta de que trataba al arte exclusivamente desde una perspectiva sentimental, sin tener en cuenta que el arte puede ser más que eso, y que es capaz de comunicar ideas, enseñar, o ser usado como propaganda. Pero al final, la principal tesis que se defiende aquí, a saber, la del valor comunicativo, queda inalterada. Pero no solo eso, mi defensa de la inconformidad es totalmente compatible si se estudian las distintas aplicaciones del arte, pues, siguiendo uno de los principios más fundamentales de filosofía de don Gustavo Bueno, “pensar es siempre pensar contra alguien”. Todo arte que comunique una idea, es, aunque inconscientemente, heredero de la inconformidad, pues aquel que se encuentre indiferente, tendrá siempre voz, pero nunca un mensaje del que hablar.

El artista crea para comprenderse y hacerse comprender, y el asombrado por el mismo lo consume , de nuevo, para comprenderse y comprender. Un hombre en el metro, de gran edad, posiblemente vagabundo, alza la poca voz que posee para anunciar el comienzo de su función. Entre las grises paredes del coche, se siente el solitario ambiente de una masa que aun estando presente, está apagada, y entre la neblina del momento el hombre comienza a tocar su acordeón. Aquí no es solo la composición de su melodía lo que nos impacta, aquí nos asombra toda la actuación. La imagen comunica un mundo de sombras, en el que la triste imagen de ese hombre se mezcla con la feliz armonía que desprenden sus acordes, dotando a la escena de un tono macabro, en el que la forzada felicidad de las notas se hunden en el horror de la realidad que vive su autor. Al final, sea directo o indirecto, sea creado o no, el arte vive en nosotros, cada segundo y cada momento, porque el arte es comunicación.

Tras esta conclusión, también distinguimos que existían unas artes conformes, carentes de pasión, y un arte inconforme, el cual existe por la necesidad de expandirse y rebosar. Lanzo aquí, una vez llegados a este punto, la siguiente pregunta: ¿Existe por asomo un arte que carezca de pasión? y, si existe: ¿Podemos calificar tal obra verdaderamente como artística? Este ensayo se ha construido desde lo que los lógicos denominan reducción al absurdo, pues se ha tomado como existente esa división entre arte inconforme y conforme, para hacerle ver a usted, interesado lector, que no tiene sentido hablar de un arte que sea conforme. El arte que sea aburrido no es arte, presentes tertulianos, es una mera conversación sin contenido. El arte indiferente, conforme, es incapaz de comunicar. El cine, como culminación del arte moderno, se valora por el entretenimiento. Una peli que sea incapaz de suscitar ninguna emoción a sus espectadores, no merece, desde mi punto de vista, ningún reconocimiento. Claro está que existe lo que hoy en día se denomina como “arte elitista” un arte que está hecho para un público determinado. Concuerdo con los derechos de esta modalidad, pero no se puede, desde esa premisa, argumentar que todo en su totalidad, cualquier basura de las muchas que hay hoy en día, sea arte por el mero hecho de decirse, y que la razón de que no se comprenda es por la ignorancia del pobre espectador.

“El arte lleva al hombre entero, tal como es, al conocimiento de la suma verdad y en esto consiste la eterna diversidad y el milagro del arte” Es esta querida cita de Schelling la que resume lo que he tratado de exponer aquí. El arte es una experiencia subjetiva, es una conversación. No existe el arte objetivamente, lo que para unos es la más profunda canción, es para otro ruido de fondo. El arte es un ejercicio personal, un ejercicio de vida y de comprensión. Es lo que nos queda cuando la vida se torna fatal, y es nuestra cima cuando la verdadera felicidad yace en nuestro portal. El arte, amigos míos, es la mejor medicina de la humanidad. ¡Tomen cualquier libro, cualquier canción! que en la oscuridad de la noche y en el borde de la muerte, entenderéis que sin ellos nada tendría sentido, que sin ellos el alma pasaría a ser cuerpo, y la razón simple vacío, simple dolor.

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