Hace tiempo que la idea de la deriva del continente europeo comenzó a navegar por las aguas de mi mente. Lo que en principio no era más que una leve intuición empezó a tomar realidad. Los vicios de las democracias europeas quedaron al descubierto tras la crisis del COVID, y el miedo a una nueva recesión comenzó a llenar la cabeza de aquellos que apenas hacia una década habían salido de la última. Un miedo que se vio multiplicado por el conflicto ruso-ucraniano sucedido meses después. Hoy la crisis energética y las altas tasas de inflación amenazan la calidad de vida que ha sido costumbre desde los años 90. Y es que desde la guerra fría había vivido Europa una época de paz sin precedentes. Estados Unidos tomó el timón del mundo y por más de 50 años ha gozado del privilegio de ser la única potencia mundial, garantizando así esta prolongada paz.
Sin embargo, hoy países como Rusia y China amenazan con romper el equilibrio que ha reinado en el mundo desde entonces. Mientras estos procesos históricos se desarrollan, vemos que la civilización europea se encuentra perdida en su propio laberinto. Se ha borrado de la historia. Ha abandonado la política internacional, amparándose bajo el paraguas de la OTAN. Se ha vuelto el alma bella que prefiere que escriban su destino que mancharse las manos. ¿Qué ha quedado de la brillante civilización que empujó el desarrollo humano durante más de tres siglos? ¿Queda algún resquicio del padre de la ciencia, del padre de la revolución industrial? Europa lleva en letargo desde el final de la segunda guerra mundial y es importante estudiar sus causas y consecuencias. Este hecho es más importante hoy que nunca debido a los cambios que se avecinan. Políticas adecuadas y personas de ‘cabeza clara’ son más necesarias que nunca. Por tanto, trataremos de hacer una muy humilde disección del hombre europeo actual y de los problemas sociales que le amenazan. Principalmente, trataremos la creciente injerencia estatal, el fracaso de la unión europea, la creciente politización y la crisis filosófica que vive Europa. Para ello nos apoyaremos en la rebelión de las masas escrito por Ortega y Gasset hace casi un siglo.
Ortega escribió la rebelión de las masas en 1929. Este libro fue escrito para advertir de los problemas que sufría Europa en los años anteriores a la segunda guerra mundial. De esta generación y de sus problemas todos nos sabemos la historia. Si bien puede ser que se nos escapen algunos detalles, está claro que la mayoría de las personas conocen las barbaridades que acontecieron en nuestro planeta en los años 40. Por ello, es un hecho especialmente preocupante que al leer este libro en la época actual uno no sienta extraños los problemas que allí se narran. En los años en los que Ortega escribía, comenzó a gestarse el fascismo que luego originaría la guerra que estaba por llegar. Mussolini entonces anunciaba: ‘Todo por el Estado; nada fuera del Estado; nada contra el Estado’1. A pesar de ser cierto que todavía nos encontramos lejos de este tipo de movimientos, es innegable que en los últimos años la sociedad europea vive un crecimiento estatal sin precedentes. Los presupuestos estatales de los principales países europeos aumentan año tras año. Países sin apenas crecimiento y en un claro declive económico exigen a sus ciudadanos cada vez más esfuerzos fiscales. Este hecho en sí mismo no tendría por qué tener efectos negativos. En teoría a mayores impuestos los ciudadanos podrían satisfacer de manera más eficiente algunas necesidades que si fueran de control privado. Sin embargo, hoy en día la acción de los políticos es más dudosa que nunca y no parece que servicios como la educación sean hoy mejores que hace 30 años. Comentar la realidad económica que vive Europa y discutir la eficiencia del Estado escapa claramente a mis capacidades y me veré en la necesidad de no desarrollarlo más.
No obstante, creo que los problemas de este proceso no son solo económicos, sino que existe otro problema que es de carácter esencialmente filosófico. Como la mayoría de las realidades humanas el Estado tiene una naturaleza dual. Es la mayor gloria de los europeos a la vez que su peor condena. Es uno de los grandes éxitos de la civilización a la vez que contiene la semilla de su posible destrucción. Estos hechos me llevaron durante una gran parte de mi vida a sentirme muy atraído por los cantos de sirena de la anarquía de la propiedad privada. Los fallos de las democracias actuales requieren soluciones radicales. Y la complejidad y el idealismo contenido en las vertientes más extremas de la escuela austriaca ofrecían solución a los problemas que sufría y sufre Europa. Según los defensores de esta escuela el Estado no es más que una maquinaria que oprime al individuo y retrasa el progreso de la civilización humana. Pensadores liberales como Hoppe, lo condenan enérgicamente criticando duramente la legitimidad para regir sobre la vida de los individuos. Y por ello proponen la existencia de un régimen político sin la presencia estatal. Aunque los argumentos de estos individuos son difícilmente rebatibles, finalmente uno llega a la conclusión de que es una filosofía que no puede escapar de los renglones del papel. No es una filosofía aplicable. De la misma manera que una elipse puede existir como concepto geométrico abstracto, no encontrará el lector nada parecido en el mundo real. Entrar en terrenos tan pantanosos como la legitimidad de un tipo de organización social que ha surgido espontáneamente me parece muy atrevido. Por este motivo, aceptaré la premisa de la inevitabilidad del Estado. Si quieren estos pensadores llamarlo ‘mal necesario’ no les quitaré el placer de hacerlo, pero de nuevo, entramos en categorías de difícil definición.
Aceptada la inevitabilidad del Estado (siempre y cuando no se encuentre una manera de organización social más adecuada), creo sin duda que es uno de los mayores éxitos de la civilización y que ha permitido un crecimiento sin comparación de la sociedad occidental. Aceptar este hecho al contrario de lo que se pueda pensar no significa confiar ciegamente en las bondades del Estado. Todo lo contrario. El Estado es una organización que se ha construido gracias a los valores de personas como nosotros y nunca debemos dejar de cuidarlo. El mantenimiento del Estado exige una participación de todos los ciudadanos para mantener un equilibrio estable. En cuanto el ciudadano olvida los éxitos cosechados por sus predecesores, y empieza a pensar que esta organización se mantiene como un ente fantasmagórico los problemas empiezan a sobrevenir rápidamente a la sociedad. En palabras de Juan ramón Rallo: ‘A los líderes políticos no se les festeja: se los vigila y se los fiscaliza para que no abusen de sus muy extraordinarios poderes, lo primero nos hace súbditos, lo segundo hombres libres’2.
Una vez aceptada la superioridad del Estado ante cualquier otra forma de organización política, uno debe introducirse de lleno en los orígenes y el desarrollo de este. No solo por su importancia, sino también por el extraño fenómeno que hoy se produce en la mayoría de las personas. Estas confían ciegamente en el Estado, sin comprender bien su naturaleza ¿Qué mantiene exactamente el estado? ¿Cómo se ha formado? ¿Qué requisitos son indispensables para la formación y el mantenimiento del estado-nación actual? Evidentemente, la complejidad de estas cuestiones hace que sea imposible contestar a estas preguntas en la extensión de un ensayo. No obstante, trataremos de dar una visión general apoyada en las ideas de Ortega.
El surgimiento de un Estado para Ortega sigue siempre el mismo esquema. En primer lugar, tendríamos varias colectividades pequeñas con una estructura social diferente. Cada una de ellas tendrá una religión, costumbres, valores etc. Es decir, una serie de reglas distintas para vivir en sociedad. Reglas que han surgido en los años de convivencia mutua y que sirven para que cada una viva de la mejor manera dentro de sí. La forma social de cada una sirve por tanto sólo para una convivencia interna.
Pero, debido a procesos históricos, estás colectividades pronto entran en contacto. Las dos colectividades comienzan a compartir sus vidas. Puede ser que comiencen a comerciar, que tengan influencias intelectuales, o puede ser que incluso tengan que combatir por los recursos de una zona. Sea el tipo de relación que sea, estas colectividades comienzan a relacionarse. Entonces el conjunto de normas que habían aplicado en su desarrollo interno entra en conflicto con el externo. Se genera un desequilibrio entre las formas de vivir: la interna y la externa. La forma social interna dificulta la relación con la colectividad externa.
Como consecuencia, se genera una tensión entre estas que amenaza con acabar las relaciones que las colectividades mantenían. Por tanto, para que puedan comenzar procesos de estatalización entre las colectividades, personas de estas mismas deben iniciar un proceso imaginativo sin precedentes. Deben lograr un equilibrio entre ambas formas de convivencia para lograr su unión. No puede existir creación estatal si la mente de ciertos pueblos no es capaz de abandonar la estructura tradicional de convivencia e imaginar una nueva. El Estado es obra de imaginación absoluta. Los límites de un Estado corresponden a los límites de su capacidad imaginativa: así el griego o el romano fue capaz de imaginar el Estado-ciudad, pero se detuvo en esos muros urbanos, con la excepción de Julio César, al que asesinaron por ese motivo.
Nos dice Ortega: ‘La realidad que llamamos Estado no es la espontánea convivencia de hombres que la consanguinidad ha unido. El Estado empieza cuando se obliga a convivir a grupos nativamente separados. Esta obligación no es desnuda violencia, sino que supone un proyecto iniciativo, una tarea común que se propone a los grupos dispersos. Antes que nada, es el Estado proyecto de un hacer y programa de colaboración. El Estado no es consanguinidad, ni unidad lingüística, ni unidad territorial. Es puro dinamismo… El Estado es siempre cualquiera que sea su forma, la invitación que un grupo de hombres hace a otros grupos humanos para ejecutar juntos una empresa. Las diferentes clases de Estados dependen de las maneras que el grupo empresario establezca con los ‘otros’. La existencia de una nación es un plebiscito cotidiano’3
El ejemplo más claro de las palabras de Ortega puede verse, en los casos de Latinoamérica y España. Ambas comparten un mismo idioma, un pasado común, e incluso comparten sangre, pues hubo un proceso de mestizaje que hace que hoy compartamos muchos antepasados con las personas del otro lado del charco. ¿Entonces, por qué no existe una unidad estatal entre estos países? La respuesta es el fracaso del Estado español original de conseguir una empresa común que fuera convincente para todas las partes del antiguo Imperio. Cada región de este encontró una empresa bajo banderas distintas a la española.
Por tanto, el origen del Estado depende de la voluntad de los hombres de poner su vida al servicio de un objetivo noble, de un futuro común con el resto de los hombres que forman el Estado. Es motivado por el sueño de construir algo que sin la participación de todos no sería posible. Evidentemente, el resto de los factores, ayudan notablemente al mantenimiento y al crecimiento del Estado, pero si se olvida su propósito principal, ninguna de ellas servirá como unión.
Esta definición de Estado que da Ortega permite explicar fácilmente el fracaso de la unión europea. En Europa existen fronteras naturales, se puede definir perfectamente una unión territorial que se extiende desde el atlántico hasta los Urales. Existe una unidad sanguínea, al menos en los principales países de Europa, por ejemplo, los actuales monarcas españoles son de origen francés y los ingleses de origen alemán. Durante las guerras que ha asolado Europa en los últimos 500 años es evidente que se ha formado una cultura europea, un modo de vivir europeo, unas costumbres europeas. Y todo ello se ha formado en un increíble mantenimiento de las peculiaridades de cada país. Brillante proceso ha sido la creación de Europa. Las naciones mantenían sus peculiaridades a la vez que formaban una unión con algo mayor. Cada una de ellas existía como la excepción de la norma europea. Por ello, Ortega defendió la creación de los Estados Unidos de Europa. El proyecto era magnífico y sin embargo fracasó. La Unión Europea actual posiblemente haría removerse en su tumba al bueno de Ortega, quien, sin embargo, vuelve de esta con su filosofía para explicar el fracaso de la unión. Este fracaso radica en el hecho de que esta haya sido incapaz de aglutinar las distintas naciones bajo un proyecto político común. Cada nación sigue empeñada en seguir su propia hoja de ruta, representando a Junio Bruto dos mil años más tarde. Son incapaces de dar el salto imaginativo que supondría la existencia de un Estado mayor. Las poblaciones de las naciones europeas no ven el proyecto de Europa como algo suyo. Algo que tengan que construir. Sino más bien como un instrumento con el que mejorar cada una de ellas sus propias naciones. Las más importantes consiguen tener controlada la producción y las políticas de las pequeñas, mientras que estas últimas buscan una forma rápida de financiación. Al final se ha vuelto un instrumento controlado por Alemania y por tanto por EE. UU. que tiene poco de proyecto común.
Sin embargo, aunque pocos, existen algunos ámbitos dónde podemos ver que está unión podría funcionar. Por ejemplo, en la construcción del LHC es evidente que se generó un clima de unión dentro de los científicos presentes. Abandonaron durante el tiempo de trabajo sus respectivas naciones para lograr un objetivo bajo la bandera europea. Incluso hubo hermanamiento entre científicos de palestina e Israel bajo el auspicio del Cern, como narró Javi Santaolalla. El objetivo común unió por completo a todas las naciones, y logró un éxito científico sin igual.
¿Serviría entonces únicamente esta voluntad para la formación estatal? Rotundamente no. Además de esta razón vital, necesitamos un ingrediente más para la construcción de un Estado. Unos podrían pensar que es la fuerza. Y posiblemente tengan parte de razón en que una determinada dosis de protección militar será necesario para protegerse de los planes de otros Estados. Pero, por encima de la fuerza como nos advierte Ortega se encuentra la opinión pública. Y si no que tomen los lectores el ejemplo de la invasión Napoleónico a España. Precisamente, porque solo tuvo la fuerza fue incapaz de conquistar el corazón de los españoles. Su única opción hubiera sido la devastación completa del Estado anterior y construir uno nuevo, pero estas atrocidades no hubieran logrado el mando del país. Los supervivientes nunca hubieran aceptado una unión de facto con sus agresores. Napoleón tenía la fuerza y la imaginación para la formación de este Estado mayor y sin embargo su proyecto fracasó por este tercer ingrediente. Necesitamos de la opinión pública para lograr fomentar este proyecto que es el Estado. La capacidad imaginativa de la que hablaba Ortega en un inicio posiblemente sea alcanzada únicamente por un individuo o grupo de ellos (Napoleón), y solo mediante la convicción de grupos más grande de personas (españoles) se logrará que esta sea la idea mayoritaria. Esta opinión mayoritaria es una de las grandes claves para la formación estatal y en general como instrumento geopolítico. Este hecho parece haber sido solo advertido por el imperio anglosajón que lleva muchos años de constante propaganda. EE. UU. ha logrado una influencia incomparable en el mundo y una de las claves ha sido su gran gestión de las comunicaciones. Esto hace que hoy sus guerras no sean tan visibles como las de países orientales, o que hayan logrado cortar de raíz cualquier unión hispanohablante mediante el desprestigio del Estado español.
Estos hechos destacan la importancia de que exista un proyecto de Estado y de que sea bien recibido por la opinión pública. Necesitamos de un futuro inspirador para mantener la cohesión estatal. Pero ¿existe hoy tal ideal? Creo sinceramente que no y por ello no es extraño que existan tantos problemas de convivencia dentro el Estado español.
Una vez que hemos descrito la formación del Estado, es importante tener en cuenta que existen diversas organizaciones políticas que pueden regirlo. El actual Estado es hijo principalmente de unos valores liberales. Fue construido por todos y cada uno de nuestros antepasados. Y aunque cada uno tiene sus particularidades, la mayoría se formaron teniendo en mente el ideal del Estado republicano. Los orígenes de esta forma de Estado se encuentran en el siglo XIX. El Estado anterior(absoluto) llegaba muy debilitado por las crecientes revueltas que imperaban en la sociedad de la época. Durante esta época se generó un desequilibrio claro entre el poder público (estatal) y el poder social que comenzó a decantar la balanza hacia el lado del pueblo. Fue una época de revoluciones. Tras la derrota de Napoleón los monarcas de las principales potencias europeas trataron de volver a la situación anterior a la primera gran revolución del continente (francesa,1789). Sin embargo, esta restauración fue un proceso antihistórico que estaba condenada al fracaso. Tres principales olas revolucionarias hubo en el mundo occidental entre 1815 y 1848: 1820-1824; 1829-1834; y 1848, la más trascendental de todas. Estas revoluciones, al igual que la Revolución Francesa, fueron de carácter burgués.
El éxito generalizado de las revoluciones provocó que la burguesía se adueñara del poder público y comenzará a aplicar al Estado todas las virtudes de este estamento, en contraposición del Estado anterior que se caracterizaba principalmente por los valores de la nobleza hereditaria y la monarquía. Con este cambio, los poderes público y social volvieron a encontrar un equilibrio poniendo fin a todas las revoluciones sociales, con lo que comenzó una época de expansión sin igual en la raza humana, permitiendo entre otras cosas que la segunda revolución industrial se abriera paso en Europa. La población se triplicó en un intervalo de 100 años y los niveles de riqueza aumentaron a niveles nunca vistos.
Estos hechos encumbraron al Estado moderno como el producto más notorio de la civilización. Y entonces como escribe Ortega, comenzó un proceso de relajación en el cuerpo social que llevó olvidar que (el Estado), ‘se trataba de una creación humana inventado por ciertos hombres y sostenida por ciertas virtudes y supuestos que pueden evaporarse mañana’4. El proceso del que habla Ortega es el mismo que advierto yo en la sociedad actual. El hombre de hoy en día confía ciegamente en el poder estatal como si fuera un ser omnipotente que pudiera salvar a todos los ciudadanos en caso de catástrofe. Se espera que el Estado resuelva los problemas del hombre, como cuando en la niñez esperábamos que nuestros padres nos resolvieran los conflictos. Se ha olvidado que somos nosotros los que formamos el Estado. Y por tanto somos parte integral tanto de los problemas como de las soluciones.
Por tanto, me veo en la necesidad de, como Ortega, recordar los peligros que esconde el Estado. Tengan presente que la tendencia en la que nos vemos sumidos contiene la semilla que puede germinar en la destrucción de este. En unos años con el aumento de la presión fiscal la gente se verá obligada a vivir para el Estado, inaugurando un nuevo tipo de esclavitud nunca visto.
Y aquellos que duden de estas palabras, y que traten de confundir las razones que se dan con los desvaríos de un lunático les invito a estudiar la historia del Estado imperial creado por los Julios y los Claudios. La organización estatal de esta dinastía fue sin dudas superior al viejo Estado republicano y, sin embargo, se hundió en su propio éxito. Una vez que llegó a su máximo desarrollo el cuerpo social comenzó a decaer. A partir del siglo II la población comenzó a sufrir la esclavitud estatal que mencioné anteriormente. Escribe Ortega: ‘La burocratización de la vida produce su mengua absoluta, la riqueza disminuye y se reducen los nacimientos. Entonces el Estado para subvenir a sus propias necesidades, fuerza más la burocratización de la existencia humana. Está burocratización en segunda potencia es la militarización de la sociedad… Hasta que faltan hasta soldados. Se necesitan soldados extranjeros. Se produce un proceso paradójico según el que la sociedad crea el Estado para vivir mejor ella, hasta que el estado se sobrepone y la sociedad tiene que vivir para el Estado. Más al final no basta solo con estos para sostener el estado y hay que llamar a extranjeros’5
La comparación con el Estado imperial es brillante para la época en la que vivía Ortega. La militarización de la sociedad produjo regímenes militares en la península Ibérica, y el resto de los países se vieron envueltos en la contienda más sangrienta de la historia de la humanidad. A pesar de lo que pueda parecer, hoy se evidencian muchos de los síntomas que narra Ortega. Estamos en el comienzo del proceso. Alemania por ejemplo ha aprobado el mayor gasto en defensa desde la segunda guerra mundial. La burocratización es un hecho, los niños sueñan con ser funcionarios y muchos se deciden por una carrera militar por la seguridad que ello conlleva. Pudiera ser que hoy más que nunca el aumento del gasto sea necesario por las campanas de guerra que resuenan desde Oriente. Pero,es innegable que el proceso es un hecho, sea por las causas que sea.
Pero podemos ir más lejos incluso en las semejanzas del Estado imperial con los estados modernos. De la misma manera que narra Ortega la natalidad europea ha caído a mínimos históricos. El mantenimiento del Estado exige unas tasas de inmigración altísimas. En palabras de Magdalena Valerio la presidenta de la Comisión del Pacto de Toledo del Congreso de los Diputados, y ex ministra de Trabajo socialista: ‘Para poder mantener su Estado del Bienestar y hacer frente al pago de las pensiones, España necesitará contar con una inmigración “regular, segura y ordenada” de unas 250.000 personas por año’6
Las comparaciones son odiosas, pero en este caso parecen estar revestidas de una curiosa exactitud. Por suerte hoy contamos con la experiencia de estas civilizaciones y podemos tratar de revertir el proceso. Sin embargo, es evidente que ni la época de Ortega ni en la actual el motivo del declive sea únicamente el crecimiento estatal. Es evidente que existen países en los que, a pesar del crecimiento del Estado, se produce un aumento de la calidad de vida de los ciudadanos. ¿Por tanto, qué más problemas son posibles introducir en nuestro análisis? De nuevo Ortega nos vuelve a dar la solución:’…Hoy en día todo el mundo tiene que hacer política… El politicismo integral, la absorción de todas las cosas y de todo hombre por la política es una y misma cosa con el fenómeno de la rebeldía de las masas que aquí se describe… La política se apresura a apagar las luces para que todos estos gatos resulten pardos’7
Y es que hoy de nuevo se vive un período de creciente politización. Reina el pensamiento binario, rojos o azules, izquierda o derecha. Ya nadie se interesa por preguntas como: qué es la sociedad y el individuo, el Estado o el derecho. No importan las ideas y los populismos de ambos extremos están hoy en día más de moda que nunca.
La visión de Ortega es increíblemente clarividente, a pesar de que expone hechos sucedidos en los años 30, la realidad de hoy no difiere mucho de la narrada. Como Ortega, podemos señalar que este es un tiempo en el que todo se toma políticamente, y las discusiones se reducen a conocer si algo o alguien es de derecha o Izquierda. Absolutamente todo tiene unos tintes políticos. Abundan ejemplos en la sociedad actual. El deporte, la música, la educación, la sanidad, la violencia etc. Todo sirve para hacer política. Con el objetivo de hacer más concreta esta discusión me atreveré a analizar algunos ejemplos. Como es imposible fijarme en cada uno de los individuos de una sociedad, llevaré la discusión a las ideas de aquellos que ejercen de referentes de la juventud actual.
Hablaré en este ensayo de algunas de los juicios que emitieron Ayax y Prok en el podcast con más oyentes en habla hispana. Primero de todo me gustaría señalar que la crítica que les haré es solo en el ámbito intelectual. Escucharlos fue un verdadero placer y tienen muchísimas lecciones que dar por la vida que han llevado, pero esto no les legitima para dar rienda suelta a sus meditaciones políticas cuando no se han molestado en reflexionarlas ni un solo segundo. Para mi dieron un buen ejemplo de a que se refería Ortega cuando hablaba de la barbarie del especialismo. Personas con una carrera brillante en un campo del conocimiento, se consideran lo suficientemente importantes como para emitir juicios de opinión sobre cualquier tema. Y encima lo hacen con un aire de superioridad curioso. Están sordos y ni se dan cuenta porque no dejan de hablar. De entre todos los despropósitos que soltaron, hay dos que me llamaron especialmente la atención y no dejaré pasar la ocasión para mencionarlos.
En medio de la entrevista antes mencionada, surgió el nombre de un rapero con un estilo muy distinto al de ellos. Ayax y Prok comenzaron a reírse de él, argumentando que el rap solo podía ser creado por y para aquellos que salen de la calle. Como consumidor habitual de rap no pudieron chirriarme más esas palabras. Estas personas trataban de limitar la acción artística del resto según el partido al que se votara. Se atreven a aseverar que si quieres hacer música y no eres digno de su aprobación que vayas a otro género musical que en el suyo no te van a querer. Es evidente que el rap históricamente ha tenido un componente social muy relevante, como también que era un movimiento creado por estadounidenses con una situación política concreta. Siguiendo su lógica ¿Deberían entonces Ayax y Prok dejar sus carreras musicales por no haber nacido ahí? Vemos que al cambiar la pregunta a una cuestión apolítica esta deja de tener sentido. Pero debido a la creciente politización cualquier conclusión revestida con un tinte político se toma en serio. Habrá incluso quienes por sentirse identificados con un partido les darán la razón en todo aquello que dicen. Cuando sus conclusiones son completamente absurdas. Además, es posible ir más lejos y evidenciar el proceso de cambio que el rap está sufriendo. Ya no solo con el surgimiento del trap, sino que incluso me atrevería a aseverar que en este período de escasa creación poética el rap ha tomado las riendas de la expresión de los sentimientos románticos o existenciales (entre otros) que antes expresaban los poetas. Raperos como Nach o Sharif demuestran que es posible hacer rap sin mencionar la calle. Entonces me preguntó yo si una persona tiene un talento sin igual para escribir y rapear, ¿se le debería cancelar por no votar a un partido de ‘izquierda’? Cuestiones ridículas, de personas ridículas.
Pero más grave aún fue cuando comenzaron a sostener que un obrero por el mero hecho de trabajar en la obra debería votar a un partido de izquierdas, sin importar su historia personal. Ahora no deciden solo cortar la libertad artística sino directamente la libertad de voto. Eliminan todas las posibilidades intelectuales del obrero. Este último se debe mantener para siempre en su posición social con las mismas ideas de por vida. Y si no, es motivo de burla. Entonces me pregunto: ¿No debe ningún millonario ser socialista? ¿Deben buscar siempre la manera de maximizar su riqueza? Precisamente creo que Ayax y Prok no tendrían mucha simpatía por individuos que contestaran negativamente a esas preguntas. Entonces ¿por qué a la inversa sí? Cuan cegados están por su ideología. Pero es que su ridiculez llega a niveles todavía más altos en otra de sus declaraciones en la que sostienen que no mantendrían una relación personal con alguien que no votara a los partidos que ellos quieren. Tanto temer al fascismo y son ellos mismos los que lo están originando, me parece triste que personas con un altavoz tan grande tengan esa estrechez de pensamiento. Pero lo que más me preocupa es que opiniones como estas comienzan a calar en la gente, y ellos no son más que el reflejo de una parte de la sociedad. A ellos les dedico la famosa frase de Ortega: ‘Ser de izquierdas es como ser de derechas una de las infinitas maneras de ser imbécil: son formas de hemiplejía moral’8.
Y es que creo que en la eliminación del sentido de algunas definiciones se encuentra el origen de pensamientos como estos. Sin definiciones es imposible navegar en el panorama político y las definiciones de izquierda y derecha han perdido su significado hoy en día. Simplemente se han convertido en una manera de simplificar la realidad política y facilitar la pertenencia a un grupo. Estas categorías simplifican enormemente la tarea del votante. Uno no debe tener unos conocimientos mínimos para tener la capacidad de votar; simplemente, puede votar según lo que ha sido común en su familia o según el barrio en el que viva, o su posición social. Además, cuanto menos pensado sea el voto más fácil es influir en aquellos que lo emiten.
Por lo tanto, es necesario estudiar correctamente los términos a los que se reducen las discusiones políticas. El origen de izquierda y derecha proviene de la revolución francesa según el lugar que ocupaban cada una de las facciones en el parlamento francés. Como la aristocracia se sentaba a la derecha y los plebeyos a la izquierda se creó esta dicotomía. Así, las definiciones nacieron en el contexto del antiguo régimen según la defensa de los intereses aristocráticos y reales o los republicanos.
Es evidente que la organización política del antiguo régimen ha sido superada. Entonces ¿por qué seguimos con categorías ideadas en ese contexto social? Autores como Nolan han propuesto situar las ideologías en un mapa, con lo que, al aumentar la dimensión del espacio, la riqueza de ideas manejables es mucho mayor. Al aumentar una dimensión el modelo es mucho más realista. Esto ayudaría a comprender mejor las realidades políticas, pues creo que hoy la gente deja de intentar comprender modelos como el liberalismo, el anarcocapitalismo, el nacionalcatolicismo, puesto que todos se aglutinan bajo el nombre de fascismo, cuando no pueden estar más alejados del mismo. No tiene ningún sentido que nacionalsocialismo y liberalismo queden descritos por la misma realidad (‘derecha’), de la misma manera que no tiene sentido que socialdemocracia y comunismo estén en la parte contraria.
El absurdo en materia política se entreteje con el último problema que discutiré. Este problema es de carácter existencial y es notablemente más complicado que los anteriores. Para comprenderlo completamente será necesario introducir algunos conceptos filosóficos. El más importante será la razón vital orteguiana.
La vida para Ortega es una constante elección entre las posibilidades que esta nos brinda: ‘Si en cada momento no tuviéramos delante más que una posibilidad, carecería de sentido llamarla así, sería más bien pura necesidad. (En nota: en el peor caso y cuando el mundo nos pareciera reducido a una única salida, siempre habría dos: esa y salirse del mundo). Vivir es sentirse fatalmente forzado a ejercitar la libertad, a decidir lo que vamos a ser en este mundo. Por tanto, son las dificultades de la vida las que despiertan y movilizan mis capacidades’9.
Hoy estas palabras suenan extrañas. La increíble abundancia de la que ha gozado Occidente en los últimos años ha producido un efecto psicológico en las nuevas generaciones que puede tener un impacto muy nocivo en el futuro de nuestra sociedad. Describe Ortega así a los aquejados de este mal: ‘Una impresión nativa y radical de que la vida es fácil, sobrada, sin limitaciones trágicas… se invita al individuo a afirmarse tal cual es sin replantearse nunca su haber moral e intelectual… y además intervendrá en todo imponiendo su vulgar opinión sin miramientos’10. Este fenómeno alcanza unos niveles nunca vistos, apenas existe saber de facto, las personas consideran que su opinión es lo suficientemente buena como para emitir juicios continuamente. No tienen vergüenza de que su saber sea limitado y por tanto su opinión sea ridícula. Además, con las redes sociales se ha conseguido una herramienta con la que se puede rápidamente comentar cualquier noticia de actualidad y crear una corriente de opinión fácilmente. Este hecho ha alcanzado cotas inimaginables y comienza a aquejar a aquellos que deberían criticarlo.
Pues en una reciente charla sobre la filosofía Hegeliana, dirigida a estudiantes de filosofía, el público estalló en una carcajada cuando uno de los asistentes mostró su admiración Gustavo Bueno. Todavía no salgo de mi asombro. Se nombra uno de los pocos filósofos españoles que tiene un sistema filosófico completo y que el público muestre tan poco respeto por él me parece fuera de todo lugar. Si estos estudiantes fueran de verdad un proyecto de filósofo, si estuvieran en contra de las ideas que expone Gustavo Bueno en su complejísima obra, llegarían a casa y tras leer toda su obra emitirían una crítica completa y verdaderamente rica. La pregunta es si serían capaces de criticar algunos de sus argumentos, y si no es la risa un mecanismo de defensa para desprestigiar aquello que no pueden comprender. Este hecho ejemplifica perfectamente las palabras de Ortega de nuevo: ‘Para que la filosofía impere no es menester que los filósofos imperen, ni siquiera que los emperadores filosofen… Para que la filosofía impere, basta con que los filósofos sean filósofos’11
En este caso ese auditorio se deja en ridículo así mismo y no deja de engrandecer al filósofo que sí hizo filosofía. Con esto no quiero decir que la filosofía de Bueno no sea criticable, pues no tengo los suficientes conocimientos para hacer tal valoración, si no que para criticarle al menos tiene que haber leído uno su obra. Pero en este caso dieron el ejemplo de la falta de filosofía que hay en Europa. Los filósofos han dejado de lado su trabajo y sin ellos Europa no podrá solucionar sus problemas:
‘El día que vuelva a imperar en Europa una auténtica filosofía —única cosa que puede salvarla— se volverá a caer en la cuenta de que el hombre es, tenga de ello ganas o no, un ser constitutivamente forzado a buscar una instancia superior. Si logra por sí mismo encontrarla, es que es un hombre excelente; si no, es que es un hombre-masa y necesita recibirla de aquél’12
Nuestra sociedad sufre el mal de la aristocracia hereditaria. El hombre actual percibe solo la superabundancia de medios, pero no las angustias. No advierte lo inestable de la civilización. Y hoy más que nunca estas palabras cobran realidad. Vienen vientos de guerra desde Oriente. Espero que no vayamos demasiado tarde para estimular un cambio en la población occidental y podamos salvaguardar el orden que hasta ahora es el de mayor éxito nunca logrado.
Citas
- La rebelión de las masas 170 . José Ortega y Gasset. Cita de Mussolini (XIII. El mayor peligro, el Estado)
- @Juanramonrallo citada en su twitter
- La rebelión de las masas. José Ortega y Gasset. Páginas 208,215,217
- La rebelión de las masas. José Ortega y Gasset. Página 169 (XIII. El mayor peligro, el Estado)
- https://www.inclusion.gob.es/cartaespana/es/noticias/Noticia_0582.htm
- La rebelión de las masas. José Ortega y Gasset. Páginas 61,62 (Prólogo para franceses IV)
- La rebelión de las masas José Ortega y Gasset. Página 61 (Prólogo para franceses IV)
- La rebelión de las masas. José Ortega y Gasset. Página 99 (IV. El crecimiento de la vida)
- La rebelión de las masas. José Ortega y Gasset. Página 147 (XI. La época del señorito satisfecho)
- La rebelión de las masas. José Ortega y Gasset. Página 164. (XIII. El mayor peligro, El estado)
Deja una respuesta