Etiqueta: Kierkegaard
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Pereza, pecado de juventud
Tumbado en la cama, contemplando el profundo techo, se me vino a la mente aquella escena que contaba nuestro Unamuno allá por el año 1927, en Hendaya, Francia, en la misma postura que me encontraba yo, con los ojos clavados en lo mismo. «Soñando en el porvenir de España y el mío» que escribía… A día de hoy uno se puede hacer la misma pregunta, si es que no debe hacérsela. Se podría cambiar ese “España” por “el mundo”, dándole el placer a todos aquellos globalistas que creen que la civilización es la misma en cualquier lugar al que apunten; pero España no dejará nunca de ser un lugar extremadamente particular. No obstante, entre tanto pensar, la duda estaba desde el primer momento resuelta, el problema y su solución estaban delante desde el principio: ¿Qué diantres hacía yo en la cama un día de diario en plena tarde? Pues, de no ser por mis azarosos pensamientos, que lograron llevarme a un lugar más productivo, mi conciencia llevaba al menos media hora perdida en constantes chutes de dopamina, de aquellos que cualquier aparato a día de hoy es capaz de proporcionar al instante.
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Kant, la libertad y el sentido de la moral
El objetivo fundamental de este ensayo es repasar y analizar desde un punto de vista filosófico el gran salto de la filosofía kantiana desde la Crítica de la razón pura hasta la práctica. Dicho salto consiste en la afirmación por parte del pensador alemán de la inmortalidad del alma, la existencia de la libertad, y la demostración de la existencia de Dios, todo ello desde el amparo de la razón práctica. El motivo de esto, a su vez, es analizar las causas de este fenómeno en el criticismo kantiano. Saber cómo es posible que el hombre que tanto renegaba de las demostraciones puramente lógicas de la razón especulativa, acabase por determinar la realidad objetiva de todos estas ideas por medio de la moralidad. Ver cómo el padre del criticismo acabó por reconstruir con el corazón aquello que abatió con la cabeza.
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El asedio de la razón
En la profundidad del pensamiento uno puede llegar a sus fronteras, a sus límites. Esos muros, esa incapacidad del ser humano de trascender a su razón y superarla, de ansias metafísicas, eso es el Existencialismo. Parece que la tan alabada filosofía, en la que tantas generaciones habían puesto sus esperanzas, ha tocado, no por primera vez, fondo en la cuestión de la vida. Y es que, como diría Camus: «Si hubiera que escribir la única historia significativa del pensamiento humano, habría que hacer la de sus arrepentimientos sucesivos y la de sus impotencias»1 La vida es el problema fundamental de la filosofía porque la existencia es lo que sustenta cualquier forma de conocimiento. Sin la vida no habría nada y, por ello, su sentido ha sido siempre el más crucial y amargo misterio de la filosofía.