Quién no ha sentido en su interior la llamada del amor. Quién ha podido pasar por este mundo sin necesitar de la mirada de otra alma. Todos en algún momento nos hemos sentido como Werther, no en su totalidad, evidentemente, pues su pasión romántica es claramente delirante, síntoma de la locura y la exageración. Pero todo hombre, especialmente en su juventud, nuestra juventud, se ha sentido preso de ese sentimiento harto sublime. Porque el drama engancha, mucho, hasta tal punto que seríamos capaces de morir por él. Es en ese momento en el que el individuo no se reconoce como tal, sino que se proyecta como el protagonista de la obra que narra su vida, y por la que moriría con tal de hacerla brillar.
Es en cierto modo aquí donde se puede acuñar la frase de que cada vida es una obra de arte, y, aunque pueda ser mera palabrería, cuando esa voluntad se encierra y queda presa en el corazón del hombre, puede hacerle llegar hasta rincones que antes parecían inexistentes. Cuando uno lee el Werther de Goethe se siente de esta forma. Tras la obra queda abrumado por la carga trágica de la misma, pero a su vez siente un momento de admiración incesante en su interior. El lector establece tal punto de empatía con el protagonista que acaba por sentir su resolución final, hasta tal punto de poder vivir el mismo balazo que acaba por atravesar al joven. Pero no, la bala no mata al hombre que queda abismado tras el libro, él sigue vivo. No obstante, lo que sí que acaba por derribar el proyectil es la mediocridad del hombre que nunca estuvo dispuesto a amar.
De esto trata la obra, de los extremos del amor. Aquel que haya amado en algún momento, amado de verdad, podrá reconocer la pasión de Werther en cada verso del libro. Aquel que no solo haya amado, sino que su destino haya sido, para bien o para mal, el camino empedrado del hombre que ama sin ser amado, no solo reconocerá su pasión, sino que en la bala misma oirá el eco de lo que en su momento pudo haber sido él. Y, por último, aquel que no haya amado nunca, puede que rechace de entero las barbaridades irracionales que un autor como Goethe acaba por narrar desde su puño y letra, o bien, acabe por descubrir en la profundidad de los personajes una estela que le haga sentir el más férreo desprecio por su impotencia sentimental. Las penas del Joven Werther es una novela epistolar, una tragedia amorosa. Esto es fundamental, porque, si nuestro objetivo es hablar del amor y su relación con la obra, no puede faltar en el ensayo el sentimiento trágico, ya que, queridos tertulianos, como nos dice nuestro Unamuno, el amor es en esencia tragedia: “Es el amor, lectores y hermanos míos, lo más trágico que en el mundo y en la vida hay; es el amor hijo del engaño y padre del desengaño; es el amor consuelo en el desconsuelo, es la única medicina contra la muerte, siendo como es de ella hermana”. El amor es tragedia en tanto que al hombre romántico, frustrado, le acaba por decepcionar. Aquel hombre vacío que apuesta todo por su amada, acaba por ver en su incompatibilidad su propio existencialismo. La tragedia del amor reside en creer que este nos salvará de todo, que ella nos salvará, pero en su no correspondencia hallamos la mayor de las decepciones, el reconocimiento de nuestro vacío, naciendo así el existencialismo de nuestro Unamuno.
Hablemos de Werther. Joven de espíritu impetuoso, su personaje es el fiel reflejo de un alma conforme, un alma feliz. Werther ama la naturaleza, y se nos presenta en un clima agradable, tranquilo. Proveniente de una familia de clase media, representa el prototipo del burgués, no rico pero acomodado, que se puede permitir el lujo de vivir del arte a costa de su familia, en concreto de la pintura. La forma que tiene Goethe de contarnos esta célebre historia es por medio de cartas. El libro, o al menos la mayor parte de él, es un conjunto de cartas que el joven le escribe a un viejo amigo, haciendo ver al lector los sentimientos del personaje desde sus propias palabras. Por otro lado está Charlotte, la amada de Werther. El encuentro entre estos dos personajes es romántico y singular. Tras ser invitado a un baile, Werther, conoce a Charlotte, de la que se enamorará desde el primer momento. Y, por último, Albert, el personaje que le hace falta a todo romance. Albert es un tipo culto, serio, pero no por ello en absoluto desagradable. Albert es, propiamente, un hombre decente y bueno. El drama se articula a través del triángulo que forman estos tres personajes. Werther se enamora de Charlotte, y Charlotte está prometida desde un principio con Albert. Mi objetivo no es en absoluto destripar esta obra desde una perspectiva filológica, sino discutir el tema del amor por medio del soporte que me proporciona la historia de estos tres personajes. Una vez dicho esto, vayamos al tema en cuestión.
Definir de una forma racional el amor es un deseo inútil. Si bien se dice que la humildad es como el silencio, y que una vez nombrada desaparece, cosa similar parece sucederle al amor cuando se le analiza. Por ello, yo no vengo a decir lo que es el amor, vengo a decir lo que se siente en él y su importancia en nuestras vidas. Una de las peculiaridades del amor es su pasividad. Nunca alguien podrá decidir a quién ama, porque eso es algo que no se elige. El amor llega a nuestras vidas sin preguntar, se presenta y de un día a otro nos hace enloquecer. Ante este nuevo sentimiento suelen surgir dos actitudes: una receptiva, en la que el amor se abraza desde el primer momento que aparece, sin pensar en las consecuencias que puede traer consigo; y una limitativa, en la que esta nueva sensación desconocida infunde el miedo en nuestro espíritu y acaba por ser rechazada. Sea como fuere, el amor, si es de verdad, nunca se le puede parar, siempre se abre paso. Esto es lo que le acabó por pasar a nuestro querido Werther, que, si bien como prototipo del movimiento de su época, el Romanticismo, pertenece a la primera categoría, a saber, la de aquellos que afrontan el amor desde una perspectiva receptiva, acaba por rendirse ante el dolor del mismo. En mi opinión, y desde mi propia vivencia, el motivo por el cual el hombre romántico abraza de forma tan sagaz el amor es porque está vacío. Al final, el romántico que huye hacia la naturaleza, hacia lugares exóticos, hacia la evasión, no es más que un hombre que no tiene ni la remota idea de lo que hacer con su vida, un loco. Y, ojo, esto no es en absoluto un punto negativo respecto a ellos, yo mismo considero sentirme así, simplemente, como ya citaba en El asedio de la razón, el hombre, tras matar a Dios, acaba por no encontrar rumbo alguno. Por eso el Romanticismo es previo al existencialismo, y por eso las bases del segundo son sentadas en el XIX. Werther no lo sabe, pero está vacío. Todos esos pensamientos positivos y esa supuesta conformidad no son más que la tapadera de un hombre al borde del delirio. Se les podrán echar las manos a la cabeza ante tal desautorizada afirmación, no dudo de sus razones, pero si considero al romántico de esta forma es por una sencilla razón. ¿Cómo alguien desde su sano juicio puede afirmar que hombres como Beethoven, Goethe o nuestro Bécquer constituyen personalidades vacías? Sencillamente porque el vacío es la base de la inconformidad. El romántico, envuelto en su sensibilidad, no halla en la razón un motivo para vivir, se encuentra vacío, y por eso tiene la necesidad de llenar su corazón del arte, más que nada porque si no lo hace se muere. Así se nos presenta como un hombre, en suma, dependiente. Llena sus poemas de naturaleza, sus sinfonías de libertad, y su vida de amores.
Más adelante llega ella, Charlotte. Llega la mujer perfecta, la belleza a caballo, todo lo que tanto su alma como su cuerpo anhelaba pero no lo sabía, llega su amor. El amor es la piedra angular del movimiento romántico porque es el único sentimiento, junto a la esencia artística, que constituye un motivo para vivir. ¿Qué haríamos sin amor amigos míos? ¿Cuál sería el propósito de nuestras vidas? ¿Realmente alguien es capaz de afirmar que su quehacer va enfocado a su exclusiva felicidad?
En Charlotte encuentra Werther un motivo más grande que él para vivir, una razón noble. Lo que experimenta Werther, el amor a alguien, no es más que lo que toda alma enamorada ha podido sentir, el ver proyectada en la imagen del amado la imperfección más perfecta que se pueda hallar, y el mirarse uno a sí mismo con aquella persona y encontrar la máxima conformidad. Porque si el amado fuese perfecto no sería amor, sino simple deseo lo que siente Werther, y porque aquél que se envuelve en su arrogancia y se cree perfecto, es un ser incapaz de amar. Quién en la imperfección de un alma puede hallar su perpetua perfección, he ahí el amor. El motivo es sencillo: Cuando Werther ve a Charlotte no es que vea en ella la máxima expresión de la perfección, es que ve en su unión con ella la excelencia. Si Werther no soporta que Charlotte este con Albert, no es solo por una cuestión de posesividad y de envidia, que también, es una cuestión, sobretodo, de que no soporta ver que está con un hombre que no la hace perfecta como él piensa que la puede hacer. Necesita demostrarle a Charlotte que él y sólo él es el hombre de su vida, y si tanto lo necesita es porque se desvive porque Charlotte complete su alma a su vez.
«Si no fuera un loco, podría pasar la vida con más felicidad y sosiego. Pocas veces se reúnen para alegrar un alma circunstancias tan favorables como las que tengo hoy. Esto afirma mi creencia de que nuestra felicidad depende del corazón. Formar parte de esta amable familia, ser querido del padre, como un hijo, de los niños como un padre, y de Carlota…»
Amar es tomar conciencia de la necesidad de que otra alma nos complete, o, si se prefiere, parafraseando y tomándonos el permiso de modificar la cita sobre la amistad de Aristóteles, “el amor es un alma que habita en dos cuerpos”.
Puede que sea cierto aquel rumor de que las bases del amor se forjan en el egoísmo. Que la conquista de un corazón no es más que la búsqueda de saciar el nuestro. Aunque discrepo de esta opinión, entiendo su justificación. Si el amor es desear completar a aquel que deseamos que nos complete, hay motivos suficientes como para pensar que completar al otro es una cuestión de medios. Pero esto queda desmentido en Werther, y queda en absurdo en el tema a tratar a continuación: el desamor.
Amar y no ser amado, sentir que solo ella te puede salvar y aún así morir a su lado ahogado. Así debió de sentirse nuestro querido Werther al jugar con los hermanos de Charlotte en el salón mientras ella conversaba con su prometido. Semejante impotencia es la que siente todo hombre con el corazón roto. Uno mismo acaba por despreciarse hasta el punto de acabar por destruir el poco amor propio que presenta todo hombre romántico, hombre de corazón vacío, de alma gastada. Es increíble como el dolor acaba por someter al hombre hasta el punto de barrer el suelo con su propia lengua. La forma en la que Werther se humilla, siendo el recadero de la chica que tanto ama y por la que tanto sufre, esa tragedia, es simplemente sublime. Es por eso que antes he dicho que la esencia del amor es la tragedia. No hay mayor expresión del amor que aquel que ejerce el que ama y no es amado. No malinterpreten mis palabras. Lo mio no es un elogio al dolor, es un elogio a la pasión en su más espléndida forma, la tragedia. Que el hombre de amor no correspondido acabe por ser el amiguito de su amada, y que, pese a lo que supone esa humillación, él continúe al lado de forma fiel, es la máxima expresión del amor. ¡No me ama! No, es cierto, pero yo sí, y en mi amor por su alma comprendo que he de completar su corazón, que la debo hacer feliz, porque en su felicidad, pese a todo idealismo, no encontraré la mía, correcto, pero al menos si la conformidad y la virtud. Amar y no ser amado es una lección por la que todos deberíamos pasar. Quien lo vive acaba por derruir todo su ser hasta fundirlo con el querido. Es, en definitiva, una lección de vida. Así el enamorado, desamparado, ve en las palabras de Werther su propia actitud, en sus lágrimas sus ojos, y en su llanto su voz.
El desamor forma una tensión en la vida del enamorado que parece ser irrevocable. Es como si, una vez caído en él, se desarrollara en el hombre una carga de la que parece no escapar nunca. La tensión parece ser algo soportable, así lo cree al principio Werther. El enamorado, como buen iluso, cree que merece la pena estar cerca de su amada a pesar de que eso conlleve pasarse las noches en vela. Y así lo cree, y así lo hace, hasta que no puede más. La tensión acaba por crecer tanto que hace de la vida del individuo un infierno, de tal forma que, a pesar de su enorme adicción, remueve cielo y tierra con tal de huir de su destino. Y así lo hace Werther, y así alguna vez lo hemos hecho todos. Muchos se liberan, la distancia acaba por descubrir nuevas metas, ambiciones, objetivos que acaban por distraer y darle un sentido a la vida. Pero, ¿Qué pasa con aquel hombre romántico del que hablábamos desde el principio, con el hombre vacío que fuera del amor no encontraba nada? Que, o bien encuentra otra amante, o bien vuelve a sus cenizas. Este es, una vez más, el destino de nuestro protagonista. La huida es parte del duelo del amor, es el último grito que alza nuestro yo para salvarnos de la dependencia emocional.
Por último, la locura y la muerte. El Romanticismo es una exageración, y por eso no está en la razón de ningún hombre el defender muchas de sus pretensiones. Ni de lejos asumiría que el suicidio es la mejor opción para la resolución de este dilema, como afirma Goethe, como acabaría por hacer Larra. Es evidente que aquel que presenta los rasgos descritos simplemente sufre de amor, pero aquel que piense como Werther sufre obsesión, y claramente una gran cantidad de problemas psicológicos. A pesar de esto, en cierto modo puedo comprender el espíritu de este movimiento, su razón de ser. Werther acaba por tirar la toalla en un duelo que es, sin duda, sobrecogedor. Esa última escena entre Werther y Charlotte en la que, para colmo, Charlotte confiesa su amor por Werther, pero este sigue siendo imposible debido a las convicciones sociales que perpetúan la unión de la amada y Albert, hacen de la obra el paño de lágrimas de cualquier hombre que haya alguna vez amado. El hombre vacío ve en su suicidio la única salida posible.
«Un raudal de lágrimas, que brotó de los ojos de Carlota, desahogando su corazón, interrumpió la lectura de Werther. Éste hizo a un lado el manuscrito y tomando una de las manos de la joven, soltó también el amargo llanto. Carlota, apoyando la cabeza en la otra mano, se cubrió el rostro con un pañuelo. Víctimas ambos de una terrible agitación, veían su propia desdicha en la suerte de los héroes de Ossian y juntos lloraban. Sus lágrimas se confundieron. Los ardientes labios de Werther tocaron el brazo de Carlota; ella se estremeció y quiso retirarse; pero el dolor y la compasión la tenían atada a su silla como si un plomo pesara sobre su cabeza. Ahogándose y queriendo dominarse, suplicó con sollozos a Werther que siguiera la lectura; su voz rogaba con un acento del cielo.
Werther, cuyo corazón latía con la violencia de querer salir del pecho, temblaba como un azogado. Tomó el libro y leyó inseguro:
“¿Por qué me despiertas, soplo embalsamado de primavera? Tú me acaricias y me dices: ‘traigo conmigo el rocío del cielo; pero pronto estaré marchito, porque pronto vendrá la tempestad, arrancará mis hojas. Mañana llegará el viajero; vendrá el que me ha conocido en todo mi esplendor; su vista me buscará a su alrededor y no me hallará”.
Estas palabras causaron a Werther un gran abatimiento. Se arrojó a los pies de Carlota con una desesperación completa y espantosa, y tomándole las manos las oprimió contra sus ojos, contra la frente.
Carlota sintió el vago presentimiento de un siniestro propósito. Trastornado su juicio, tomó también las manos de Werther y las colocó sobre su corazón. Se inclinó con ternura hacia él y sus mejillas se tocaron. El mundo desapareció para los dos; la estrechó entre sus brazos, la apretó contra el pecho y cubrió con besos los temblorosos labios de su amada, de los que salían palabras entrecortadas.
-¡Werther! -murmuraba con voz ahogada y desviándose-. ¡Werther!, insistía, y con suave movimiento trataba de retirarse.
-¡Werther! -dijo por tercera vez-, ahora con acento digno e imponente.
Él se sintió dominado; la soltó y se tiró al suelo como un loco. Carlota se levantó y en un trastorno total, confundida entre el amor y la ira, dijo:
-Es la última vez, Werther; no volverás a verme.
Y entregándole una mirada llena de amor a aquel desdichado, corrió a la habitación contigua y ahí se encerró.»
Sigo sin poder superar esta escena. ¿Por qué es esto arte? ¿Qué hay de bello en la muerte del protagonista? Bello no hay nada, es algo sublime, lo cual es cuantitativa y cualitativamente superior a la belleza. La pasión que desborda la tragedia representa toda esa locura irracional que en el fondo habita en el hombre, porque en eso se basa el Romanticismo. Los gritos de amor al cielo de Werther son los gritos que todo hombre enamorado grita entusiasmado en su juventud, pese que al final acabe por tener 30 años y desconfiar de cualquier relación que empieza, porque él ya ha sido joven, ya se ha ilusionado con primeros amores, pero ha acabado decepcionando ante la realidad, la cual no tiene nada que ver con el sueño romántico. Por otro lado, el suicidio de Werther es ese acto de rabia enmascarada con el que todo hombre que ha sufrido desamor ha fantaseado. Evidentemente ninguno con una buena salud se ha replanteado de forma objetiva el suicidio, pero ha visto en él, desde su más pura inconsciente animalidad, la solución a todos sus problemas, esa forma de llamar la atención de forma trágica, esa venganza hacia el que no te ama. Por eso el Sturm und drang de Goethe triunfa, porque acaba por saciar los sentimientos más irracionales y escondidos del alma, una pasión a la que ninguno nunca llegaríamos, pero con la que no podemos evitar empatizar. El Romanticismo no es amor como vulgarmente se cree, el Romanticismo es, ante todo, subjetividad y pasión. Es el contraste de la, mal exagerada, racionalidad ilustrada. Pero dentro de esa apuesta por los sentimientos y la personalidad, es evidente que se halla con gran relevancia el amor. Al final es esa locura pasional la que enamora a Charlotte. Albert, hombre sereno y racional, acaba por ser el mejor marido, pero no aquel hombre capaz de llenar a la dama. En cambio, Werther, con su alma tempestiva, con su pasión arrolladora, acaba por hacer temblar a Charlotte, reconociendo en él al hombre de su vida, reconociendo su amor, un amor frustrado.
Goethe deja claro cual es el ansia de todo hombre, el amor. La cuestión es que, este tan preciado bien acaba por ser el causante a su vez de los mayores dolores e infortunios del hombre. Vivimos en la dictadura del ego y del amor propio. Ya no se puede decir que dependemos de una persona, pues eso sería terrible y autodestructivo. Ya no caben actos de valentía como morir por el otro. Ya no está permitido amar a nadie por encima de uno mismo. Me aburre vuestro buenismo, y si bien es verdad que tendrá su lógica y no es en absoluto mi objetivo loar una actitud enfermiza, no estoy de acuerdo con este extremado solipsismo. Cree en estos tiempos el hombre que se basta de sí mismo, pero no os preocupéis, todo el mundo acaba por ver que tras la cáscara se encuentra vacío y que sin amor, sin la necesidad de completar y que le completen, uno está más muerto en vida que el propio Werther una vez abatido. Disculpen si peco de romántico, una actitud que ha demostrado tener consecuencias terribles en la historia de la humanidad. Disculpen si admiro una obra que causó el suicidio en masa de cientos de jóvenes con frac amarillo. Pero, permítaseme en este ensayo, el cual no tiene una finalidad filosófica ni racional, poder expresar lo que siento como verdadero. En un mundo mecánico y materialista, repetiré sin cesar aquella frase a la que siempre recurro, pues “tenemos al arte para no morir de la verdad”. Es en este momento en el que no me sacia otra cosa que el amor, no me sacia nada más que el arte. Las obras de un autor como Goethe me salvan. Pese a sus consecuencias históricas, pese a su estrecha relación con patologías extenuantes, yo seguiré reivindicando el espíritu romántico de forma moderada. Porque no se trata de elogiar la locura y los extremos, se trata de hacer visible la necesidad sentimental que todo hombre tiene, y para eso no hace falta estar loco. Aquel que sea capaz de vivir su vida de forma racional, bien por él, pero yo, desde mi reconocido vacío, desde la frontera y el asedio de mi razón, necesito del néctar de la pasión para por fin saciar la tragedia de esta vida. Solo el amor es capaz de proporcionar un motivo coherente para vivir. Solo el amor me mantiene con vida. Pues así, como dijo nuestro Lope de Vega, esto es amor, quién lo probó lo sabe.
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