Es interesantísimo echar la vista hacia Cataluña y poder observar hasta dónde puede llegar la deriva de la democracia española. El pasado fin de semana, como de costumbre en nuestro país, se llevó a cabo lo que podríamos llamar el domingo de la vergüenza, en el que en plena pandemia los positivos por coronavirus pudieron saltarse el confinamiento para surfear la elevada curva que nos amedrenta, y en el que la población catalana demostró, una vez más, ser presa de la mayor contradicción ideológica de nuestro tiempo: El movimiento independentista. La independencia de Cataluña lleva siendo el tema más controvertido de la política española de la última década. Un tema que levanta siempre la polémica, entre los que son denominados por sus contrarios como “fascistas”, opositores a la independencia, y los abanderados libertarios, cuya misión es la liberación de un pueblo único, incomprendido y, sobre todo, “explotado”.
Este artículo se dedicará, como usted podrá haber advertido ya con el título del mismo, en repasar la tradición marxista y buscar de esta forma hacer ver que partidos políticos como Podemos, ERC o el llamado ECP son la mayor aberración que ha dado a luz la política española. Ni mucho menos este es un análisis desde una ideología de derechas, en absoluto. No me voy a centrar en el movimiento independentista y su sentido, si es legítimo o no, si es algo cuya soberanía reside en los catalanes o en los españoles, etc. Precisamente el objetivo de este ensayo es hacer ver que los denominados partidos de “izquierdas” ni siquiera lo son. Es mostrar que la izquierda española y catalanista es un conglomerado de ideas sin ningún tipo de lógica interna, la desembocadura de una tradición que, se esté de acuerdo o no con ella, ha degenerado por medio del progresismo actual en la vergüenza de los más letrados y expertos marxistas.
Esto muestra la gran debilidad de la izquierda secesionista, el hecho de que ni siquiera hace falta atacarla por su ideología o con argumentos jurídicos, pues el simple acto de denostar la falta de sentido común de los políticos que pertenecen a ella, deja ya en evidencia al propio movimiento y su falta total de sentido. ¿Acaso se pueden llamar a sí mismos socialistas estos individuos?
Curiosa, cuanto menos, el arma arrojadiza que se lanza contra aquel que marcha en su contra. “Fascistas” nos llaman. Sí, los mismos que se inventan una historia, los que dicen defender su cultura catalana por encima de la de los ladrones españoles. Todo eso desde la grada, en donde incluso el president de la Generalitat, cobra el doble que nuestro presidente nacional. Así pues, el sentimentalismo y el rancio nacionalismo excluyente son la piedra angular de su programa, un complejo de superioridad que poco a poco se ha ido gestando en la sociedad catalana, hasta el punto de que Oriol Junqueras se viera en la obligación de defender la independencia catalana por medio de la distinción genética, olvidando los desastres que concepciones de esa índole han causado en un pasado no tan lejano como nos gustaría pensar.
No me sorprende de esta forma que la alta burguesía catalana quisiera desenredarse de los lazos españoles, buscando hacer de Cataluña el paraíso de su poder. Aunque cualquier ciego vería que lo peor que le puede pasar a Cataluña en la actualidad es su salida de España, y de esta forma de la Unión Europea. Puede que lo único bueno sea que tras esto podrían finalmente dedicarle su nueva moneda a Jordi Pujol.
Pero la peor parte se la lleva la Esquerra de Cataluña. Izquierda, que bajo la demagogia barata que tanto ellos como sus homólogos de Podemos sortean, dicen querer liberal al pueblo catalán de la opresión española. Farsantes. No es que ataquéis a la unidad española, repito, este discurso no pretende ser el ala de ataque de ningún nacionalismo o de la derecha constitucionalista; pretende ser la puesta en evidencia de la traición a sus principios por parte de estos individuos.
La izquierda catalana carece de conciencia de clase. A los republicanos catalanes no les importa el proletariado, y pobre del que así lo crea. A la esquerra lo que le interesa son sólo los catalanes, igual que a Hitler los alemanes, o a Mussolinni los italianos. Carece del internacionalismo que toda la tradición marxista ha llevado como bandera, al menos en el plano teórico, bajo el cual la nación no es un elemento redundante, y simplemente constituye las categorías formales bajo las cuales se desempeña la lucha de clases. Dónde quedará aquel lema proclamado en 1848 que rezaba “¡proletarios de todos los países, uníos!” En ningún lado, porque sin tener esto claro no se puede ser marxista, lo que se puede ser es un farsante y, propiamente hablando, un nacional-sindicalista como mucho, un fascista en potencia.
El verdadero socialista, definido de forma ideal, es aquel cuyos intereses revolucionarios están al margen de su frontera, religión o cultura, pues cree en un proyecto de clase y no de nacionalidades. Si verdaderamente Gabriel Rufián fuese de izquierdas, dejaría de hacer el payaso en el congreso y de pavonearse de citar a Marx (dejando más que claro que no lo ha entendido) y lucharía por que sus ideales izquierdistas llegasen a la mayor parte del territorio. Incómodos deberían sentirse teniendo a su disposición un país como España, y que ellos se dediquen a defender un discurso rupturista que ningún beneficio puede traer a la clase obrera catalana.
Al final, como defienden verdaderos marxistas españoles, la separación de Cataluña es lo peor que le puede suceder al proletariado catalán, es venderse al proyecto de Pujol y su Cataluña, es perder la economía, y, sobretodo, venderse al chovinismo barato. Porque aunque yo no sea comunista y me puedan parecer auténticas barbaridades muchos de los discursos de los recién nombrados, lo que no puedo soportar es la falta de vergüenza y coherencia, y que aquellos que, como decíamos al principio, se defienden de “nuestra opresión” llamándonos fascistas, son los hijos predilectos del nacional-socialismo catalán
Ni mucho menos soy un experto en la materia como para poder llevar a cabo un análisis efectivo acerca de la autodeterminación, pero en mi opinión, la verdadera tradición marxista comprende que la autodeterminación de una nación sólo podría quedar justificada en términos, por ejemplo, coloniales, de explotación, o de falta de homogeneidad con la cultura vecina (cosa que no sucede en Cataluña, en absoluto). Lejos de mí querer dar a entender que el marxismo es una ideología puramente ortodoxa en la que los textos de los marxistas tradicionales han de ser tomados al pie de la letra y sin ser discutidos. El propio derecho a la autodeterminación constituyó un debate muy importante en el movimiento de la primera etapa del siglo XX, donde podemos encontrar posturas más jurídicas, como es el caso de Rosa Luxemburgo, y opositores como Lenin que veían más adecuado refutarlo desde un marco histórico-económico, mediante el cual determinadas situaciones históricas o de explotación económica sí que podrían avalar una independencia. Pero un movimiento tiene que estar fundado en axiomas o principios que lo distinguen, y el de la izquierda es sin duda el del internacionalismo. Al final, y como defiende la tesis principal de este texto, la verdadera izquierda es la que comprende que debe “propugnar la unidad de la lucha proletaria y de las organizaciones proletarias, su más íntima fusión en una comunidad internacional, a despecho de las tendencias burguesas al aislamiento nacional.” Porque el catalanismo no es un movimiento surgido a causa de la opresión del pueblo catalán, es un entramado de intereses -en su momento- de la alta burguesía catalana para -precisamente como advierte el aislamiento que declaraba Lenin- hacer de ese Estado su títere y ser el dueño de él. Pues recuérdese que desde el marxismo-leninismo, el estado no es más que “el producto y la manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase”
Al final, se trata de una cuestión de coherencia. Se trata de saber que a esta gente le importa poco o nada un proyecto internacional. No son más que, como dije al principio del ensayo, la mayor aberración de la política española. Nacionalista, socialistas, totalitarios e intolerantes, las consecuencias se advierten solas. Pero esta gente seguirá viéndose como unos izquierdistas honrados, unos demócratas absolutos, cuando lo único que son es un movimiento sin coherencia, engañado totalmente por el romanticismo nacionalista que se ha encargado de orquestar el proyecto de unos pocos.
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